Dicen que en “casa del herrero, cuchillo de palo” y ni siendo coach te libras de eso. De hecho suelo decir que tengo una “mini-coach” que me persigue desde hace tiempo. Suele aparecer cuando menos me lo espero. Me pilla criticando la actitud de alguien y me muestra que yo no soy tan diferente, o me descubre regodeándome de mis miserias. Y entonces es cuando me da un “Zasss! En toda la boca”.
Es una “mini-yo” que me recuerda lo que yo les digo a los clientes: que las circunstancias son las que son y que es su responsabilidad decidir cómo las quieren vivir. “Primero tomar conciencia de dónde estás, dónde quieres llegar, qué recursos tienes, cuáles son tus opciones y para terminar qué vas a hacer”.
¡Dichosa mini-coach! Es incómoda no, lo siguiente. Pero qué lista es. Sabe dónde tocarme para moverme.
No me deja estar tirada en el sofá (y mira que lo intento cuando no me ve).
No me deja quejarme de mis “desgracias” (y mira que descarga pensar que el mundo tiene la culpa de todo).
No me deja perderme en metas facilonas y mucho menos vivir sin ellas.
No me deja frustrarme por no llegar a lo que quiero dando pasos de gigante. Me susurra eso de que hay que ir más despacio pero más seguro, que la mente no entiende de tamaño pero si le duele cuando no llegamos arriba.
No me deja tener miedo frente al público. Me repite que ponga el foco en el proceso, en honrar mis valores más profundos y así me aseguro triunfar.
Me recuerda que siendo yo misma me respetaré más, me aceptarán más.
Y sobre todo me “machaca” con que mi suerte depende de mí, de cómo yo asuma la realidad y de cómo yo decida actuar.
Os lo digo por experiencia, tener una coach incomoda, pero ¡ay, bendita incomodidad! Te saca de donde no quieres estar, y te acompaña a ser quien quieres ser.
Si aún no tienes la tuya, llámame que te la presto 😉